ELLA BAILA SOLA
"Cuando quiero llorar no
lloro,
y a veces, lloro sin querer"
Rubén Darío
Primero es la risa, después un
desespero que me sube por las piernas hasta convertirse en un alboroto en las
caderas y por último el baile incesante que nadie se atreve a detener. Los
domingos, me levanto temprano, dejo a Carlos en su lectura de periódico
virtual, antes lo interrogo sobre el desayuno, casi siempre se le antojan cosas
que no pide los días de trabajo, por mi cuenta mataba el asunto con cualquier
revoltillo de huevos y tostadas.
Del desayuno paso a los otros
oficios, con Carlos en casa la alcoba es el último lugar, luego de barrer
conecto la manguera y lavo el piso desde adentro hasta la terraza donde termino
poniéndole el chorro a los vidrios de la ventana, el agua pegadita al andén se esparce por toda la
calle.
Los domingos son un rio de
cerveza deslizándose por la garganta. A Carlos le gusta verme bailar pero no le
gusta verme borracha. Avanzada la mañana aparece después del baño, con su pinta
dominguera de pantalones cortos suéter de color
y tenis blancos, aun de esa manera deja ver a leguas su condición de
licenciado, de profe como lo llaman todos en el barrio. La música aparece junto
con Carlos, primero en sordina y baladas de los sesenta, luego un salto al
bolero y dos pesos más de volumen y con
la salsa se abren también las primeras cervezas, cerveza en mano el oficio es
otra cosa y las horas un enfrentamiento entre Diomedes Díaz y Oscar de León.
Entonces se suma algún vecino.
El barrio es un lugar tranquilo y
el apartamento algo grande para dos personas solas. Por encima de los techos,
no muy distante se alza el cerro, los días de semana cuando Carlos sale para la
universidad y quedo más sola, saco una mecedora a la terraza y me embobo mirando
para el cerro, recuerdo cuando vivía cerquita y subía por los caminos
tramposos. A Carlos tampoco le gusta que yo me ponga a recordar porque los
recuerdos me entristecen mucho. No quiere que recuerde cuando yo era su alumna
y él me buscaba por el kiosco a la hora del descanso, no quiere que recuerde
nada, dizque porque ahora la vida que
llevamos es una vida nueva que nada tiene que ver con el pasado, pero mentira...
los recuerdos son algo que siempre aparecen .
A Carlos le gusta la música pero
no sabe bailar, por eso me acostumbré a
bailar sola, él se queda mirándome y noto que goza como si el también bailara.
Así se la pasa, poniéndome música para verme bailar, yendo y viniendo del
refrigerador, pero esperando siempre que le diga que ya no quiero más cerveza.
Los vecinos acompañan buen rato pero al final quedamos siempre solos, el sentado mientras yo bailo.
Cuando era su alumna vivía con mi madre en un cuarto arrendado en la casa de una señora que tenía
piezas en el patio. Yo estudiaba bachillerato y mamá trabajaba de barredora en
un almacén de repuestos para carros, nunca supe si era cierto, pero la gente
comentaba que mama era mujer del dueño. Eso, la verdad es que nunca me importó, para mí era la mejor madre del mundo
y digo era porque ahora que vivo con Carlos, que soy su mujer a pesar de no ser
su esposa, ya mi madre no está conmigo. Mi madre decía que
su infancia la había pasado en el cerro, por eso a veces cuando en los
días de semana me siento sola, salgo a la terraza y desde el mecedor no dejo de mirar esa loma verde que a veces
se pinta de amarillo por las hojas envejecidas de los guayacanes.
Carlos a mí me conoció bailando.
En el colegio yo era del grupo de danzas
y él, profesor de Biología y
Química, a él no le convienen mis recuerdos. Cuando reventó el escándalo mi
madre lo denuncio y el caso salió hasta en los periódicos, a mí me sacaron del colegio y a él se le
enredó el matrimonio y el empleo. Yo hablé con mi mama para que le quitara la
denuncia y Carlos terminó trabajando en una universidad y viviendo conmigo.
No me imaginaba que fuera tan
buena para el baile, cuando el Profe de danzas entró al salón para preguntar
quién quería participar en el grupo de baile, yo me quede pensando, cuando dijo
que el requisito era estar bien en todas las materias yo me quede pensando, me
quede pensando cuando informó que quienes nos sintiéramos con ganas de participar
fuéramos en horas de descanso al salón de actos, la verdad es que nunca me
imaginé que fuera buena para el baile, me metí en esa vaina porque mi amiga del
alma decidió meterse y nosotras éramos
las dos para lo que se presentara, nos
decían las mellas. En el grupo también me tocó bailar sola, el profe fue
formando las parejas y al final se encontró conmigo, a usted mientras tanto le toca bailar sola, si
aparece un parejo ya sabe que es el suyo, pero el parejo nunca apareció, o mejor dicho apareció pero
no sabía bailar.
El barrio es tranquilo a pesar de
que hay gente que jode por todo, a Carlos se la tienen montada por el cuento
del agua de la casa que corre por la calle los domingos, pero a mí eso me
importa un carajo porque al final no como con ninguno y si no me quieren dirigir la palabra allá ellos,
que metan la cabeza en el inodoro si es que tampoco me quieren ver. Carlos va poniendo la música que a mí me gusta, pero
a veces me pone unos temas que no me mueven
y entonces me siento un ratico, el aprovecha para abrazarme y
acariciarme, yo lo dejo, pero también me
da rabia.
Esa vez cuando terminamos la presentación en el parque en la celebración
del bicentenario me le escapé al profesor de danza, dicen que el pobre me buscó
como un loco por todo el centro, yo me había escurrido por debajo de los
balcones adornados con la bandera de Cartagena y me metí en el lugar donde
Carlos me dijo que lo esperara, niña y usted a quién espera, me preguntó la
mujer que entraba y salía de los cuartos, no le contesté una palabra y seguí
sentada en el sofá grande ubicado junto a la escalera. Cuando Carlos llegó
empecé a sudar frío y apreté contra mi cuerpo el maletín donde llevaba los
libros y el uniforme del colegio, la mujer se paró frente a nosotros y nos
quedó mirando, aquí no aceptamos menores de edad, Carlos la jaló hasta un
rincón y conversó con ella, la mujer le entregó una llave y le dijo que era de
la pieza número siete, ese día no era domingo.
Carlos se alegra cuando apago el equipo y le digo que no quiero más
cervezas, se alegra porque sabe que de seguir
tomando soy capaz de volver a plantarme en mitad de la calle botella en
mano y con el pelo alborotado, como la vez que primero mandé a comer mierda a todos los
vecinos y les grité que se metieran su
hijueputa calle por el culo, con una borrachera que me alcanzó hasta para
quitarme la ropa y atrapar entre los dedos el estadio que tengo entre las
piernas y gritarles que sentían envidia porque Carlos se lo comía sólito, que yo no era como otras mamasantonas
que andaban repartiéndoselo a más de uno. Y cuando Carlos muerto de la pena
trató de devolverme a empujones para adentro de la casa, le dije en su cara que
él también era otro malparido, que no fue
capaz de aguantarse las ganas con una niña de quince años, que no tuvo escrúpulos
para dañarme la vida para siempre. Carlos se sentó a llorar en la entrada,
mientras yo encuerita en plena calle continuaba con mi algarabía, advirtiéndoles
que conmigo la jugaran fino, porque yo podía estar viviendo en este barrio al
lado de un profesor con cara de marica, pero que era de allá de ese cerro donde
para sobrevivir había que tenerla bien puesta.
Mama se llenó de dolor cuando le dije que estaba embarazada, y ese mismo dolor la mantuvo
como idiotizada, no se daba cuenta de lo
que hacía, eso pasó cuando atravesó la
avenida distraída, el carro venía a toda
velocidad y la dejo sin vida tirada en
el pavimento caliente de las tres de la tarde. Con los días y por ese mismo
dolor de saberla muerta un stress me
llevó al aborto y el aborto a la
desgracia de no poder ser madre jamás. Carlos para lavarse las culpas me compró
esta casa grande donde a pesar de tantos
espacios no tiene un lugar para la felicidad.
…primero me va entrando la risa y
al igual que el baile no puedo detenerla y es
que tengo que reír porque de lo contrario me tocaría llorar y llorar…
De: GREGORIO ALVAREZ ARIZA
Mayo de 2014.
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