martes, 23 de septiembre de 2014

EL CANDIL DEL RECUERDO QUE A NOSOTROS NOS TOCA


Escribir sobre este tema es asunto de justicia para conmigo mismo, y para con muchos que treinta años atrás, estuvimos por más de siete años construyendo en la ciudad de Cartagena y desde el recinto de la universidad una causa a punta de verso y narrativa. Era un hilo de esperanza que fuimos tejiendo sábado a sábado con la dirección desde muy adentro de su piel del profesor Felipe Santiago Colorado Hurtado. Digo que es un acto de Justicia porque en medio del peligro que es el silencio largo y los repentinos gritos de unos recuerdos mal recordados, se olvida la verdadera esencia de lo que fue y para siempre será esa acción colectiva, sí colectiva, porque sin demeritar al timonel principal, el taller literario EL CANDIL fue un barco de muchos timoneles  y una tripulación multitudinaria,  actores todos de una travesía cultural desde la literatura, que anduvo por muchos mares y ancló en muchos puertos. Esa fue la trascendental virtud de alguien como Felipe Santiago Colorado, quien como timonel general, no sufrió nunca de egoísmos ni personales ni institucionales.
El candil en un principio nació con el objetivo de brindar un espacio de bienestar en la universidad a los estudiantes de distintas facultades, desde el quehacer de un taller literario, cumplió este cometido podría decirse que en un periodo relativamente corto, la sal y la pimienta del taller llegó cuando por visión de su director, pienso que de espaldas a las políticas de la universidad, asumió la responsabilidad de ensanchar la participación brindando oportunidad a personas que no tenían hasta ese momento vínculo alguno con ese recinto académico. Estoy seguro que para algunos directivos, docentes y estudiantes en algún momento inicial los de afuera fuimos como una piedra en el zapato, hasta el punto que algunos poco tiempo después de este giro en la conformación de la planta del taller prefirieron enrumbar su camino por otra parte, se fueron y creo que no sin antes expresar su malestar. Otros también estudiantes y profesores supieron asimilar el cambio y junto con los de afuera lo fortalecimos hasta llegar a ser lo que fue, para orgullo del recinto académico y sus integrantes, el TALLER DE LITERATURA EL CANDIL.
El taller se realizaba todos los sábados  desde las diez de la mañana en el segundo piso de la universidad de Cartagena, no era una asistencia constante, sino más bien cambiante y alentada por el impulso de querer compartir algún nuevo trabajo con los otros, de escuchar los sabios concejos del profe Colorado, siempre respetuoso del acto y producto creativo individual, recuerdo su frase cuando el trabajo de alguien aún no alcanzaba en él un asomo de satisfacción “déjalo en salmuera…mételo un tiempo en el cajón de tus cosas y verás que cuando vuelvas a sacarlo el mismo te muestra lo que le sobra o le falta”, para todos esta fue quizás la herramienta más eficaz que pudo brindarnos. Más allá de las doce del día la sesión seguía su curso, quienes alcanzábamos el límite de las dos o las tres de la tarde, acudíamos en lote a la panadería cercana por un pan y una Coca-Cola, ningún momento había lejos de la poesía, siempre en la conversación saltaba un verso, o un comentario sobre tal o cual escrito, un recuerdo intacto en mi memoria es cuando el profe declamaba completo el famoso poema de Ricardo Nieto “Oración de los caballos viejos “

Por los callejones y las alquerías               
que el sol ilumina con leves reflejos,           
recordando siempre sus mejores días             
pasan renqueando los caballos viejos,           
llenos de amarguras y melancolías...             
                                                 
Por entre las cercas de palo y alambre           
meten las cabezas, medio adormecidos,           
les siguen de moscas zumbando un enjambre       
y ellos pobrecitos- transidos de hambre,         
se quedan mirando los prados floridos...         
                                                 
Los prados floridos en donde nacieron           
libres como el viento y como él veloces;         
esos mismos prados en donde corrieron           
lanzando felices relinchos y coces.             
                                                 
¡Ya sus ilusiones todas se murieron!             
Uno rememora cuando altivo y fiero               
llevaba en sus lomos la alfombra escarlata       
de algún valeroso e hidalgo guerrero             
de casco dorado y espuelas de plata.             
El otro recuerda que sobre sus ancas             
llevó dulcemente, con gran donosura,             
mujeres divinas, esbeltas y blancas,             
de formas talladas como una escultura.           
                                                 
El otro medita: yo fui en las carreras           
el rey de los vientos, de sedosas crines,       
y vi desplegarse las rojas banderas             
y oí los saludos de roncos clarines...           


Los viejos caballos meditan ahora               
Al pie de las cercas, cerrados los ojos.         
Una flauta rústica a lo lejos llora:             
¡La vida está llena de espinas y abrojos!       
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Después de las tres y la panadería, el sábado se convertía en otra cosa, algo de bohemia, pero  en ese momento con el profe quedábamos casi siempre Luis Mizar, José Bertel, Juan Carlos Guardela, Vicente Vargas, Margarita Vélez, Joaquín Robles, pocas veces llegaban hasta este límite Armando Alfaro y Adriana Almanza Iglesias, esta última envuelta en sus idas y venidas de Bogotá. El sábado era un repaso de tiendas tradicionales del centro y San Diego, o populares como la del Monky en el pie de la popa,  el restaurante Luna Plateada en Lo amador donde el profe degustaba de lengua guisada preparada por el chef Don Jaime, o la popular tienda del Viejo Peinado en el camino arriba. A estos momentos distintos se sumaban profesores como Argemiro Menco, Nayib Abdala, Jaime Arturo Martínez entre otros. Sin embargo donde quiera que se estuviera, la conversación no perdía su esencia, la poesía.
Para quienes vivimos ese tiempo Juntos, el trabajo para la revista, los recitales en barrios y pueblos vecinos, los recitales en universidades y cafés culturales, las visitas ilustres como la de Héctor Rojas Erazo, German Espinosa, Juan Manuel Roca, X504, Álvaro Mutis, Manuel Mejía Vallejo, entre otros, no podemos más que dar las gracias por ahora permitirnos  recordar esos recuerdos que también nos tocan.
Después de dejar al profe en su apartamento del Pie de la popa, El sábado terminaba con Luis Mizar y yo caminando abrazados por las calles de Lo amador a las once de la noche rumbo a nuestros lugares de residencia, Lucho hacia la calle Piñango donde doña Fanny y yo hacia la calle Ricaurte de toda mi vida, ambos embriagados más que de ron, de la poesía.

                                                 

GREGORIO ALVAREZ ARIZA
Miembro del entonces taller Literario
Candil